Como pasan los años

Como pasan los años
Te estoy mirando

martes, 23 de septiembre de 2008

barro

Todos los que pasaban, veían un pedazo de vereda rota. Muchos protestaban por el barro que se formaba cuando llovía o cuando lavaban el frente de la casa. El niño no sabía. Él no miraba solamente con sus ojos. Miraba con los ojos de los niños anteriores y con los ojos de los niños que vendrían. Miraba a través de todo lo que había soñado en sus mínimos abundantes años. Miraba como podía y como deseaba sin saberlo.
El niño se sentó una mañana en el borde de la vereda rota. Se sentó en el extremo opuesto de las urgencias del hombre; en el extremo más lejano de las ambiciones, de las envidias, de las vanidades; en el extremo donde sólo llegan los que pueden disfrutar de la alegría de ver aparecer el sol o de jugar con la lluvia.
Primero observó con curiosidad esa forma distinta de la tierra. La tocó con un dedo y pensó que al estar empapada se parecía a lo que hacía su mamá cuando mojaba la harina y la amasaba, sólo que esta era negra. Entonces arrancó un pedacito y probó de amasarla. De pronto descubrió que esa diminuta porción de barro entre sus dedos, le hablaba.
Como los niños y el milagro son vecinos y enseguida se entienden, el niño comprendió el mensaje y siguiendo sus instrucciones se abocó cuidadosa y seriamente a construir un semejante. Hundió sus minúsculos dedos en la tierra fértil, húmeda de futuros malgastados y ésta se pegó a sus manos. Ausente de aquellos que elaboran la historia inteligente y razonada, amasó pacientemente la porción de barro, la estudió sin tiempo, hasta que la tierra con una voz tan potente que sólo él podía escucharla, le dijo: - Primero tienes que hacerle una cabeza, porque tiene mucho que pensar.
El niño miró a los que pasaban, indiferentes al hecho mágico que los rodeaba, y por comparación, entendió que necesitaba hacer un cuerpo que sostuviera esa cabeza. Lentamente, entre la tierra y el niño fueron creando las piernas, los brazos, las manos. Finalmente el nuevo ser parecía terminado.
El niño, al mirarlo atentamente descubrió que su criatura no podía devolverle la mirada porque no tenía ojos. Con un palito se los dibujó como pudo. Pero seguían sin vida. Entonces hubo un rayo de sol del día de mañana que le entregó su luz al recién creado y así se dijeron mil cosas al mirarse.
El niño comenzó a contarle sus secretos, pero su naciente amigo no podía escucharlo ya que no tenía oídos. Al niño le pareció gracioso y se largó a reír. Dos notas de su risa se apartaron y convertidas en un humito oscuro y palpitante crearon las orejas que le faltaban a la cabeza de barro.
A esa hora misteriosa que sólo conocen aquellos que pueden vencer a la maldad cotidiana, el niño pudo contarle a su naciente amigo: - “Una noche soñé con vos Que salías de la tierra y me hablabas. Que también le hablabas a los pájaros y a los perros; al viento y a las montañas. Sólo el hombre no te escuchaba. Entonces nos enseñabas una canción, y al cantar juntos, los niños, los pájaros, los perros, el viento, las montañas, el hombre comenzaba a entender nuestro lenguaje, nuestros secretos, nuestras esperanzas”.
El niño quería que su amigo hablara. Entonces se dio cuenta que no tenía boca, por lo cual nadie podría escucharlo. Inmediatamente el palito (que era mágico) saltó a sus manos y lo guió para dibujarle la boca que necesitaba. Pero era una boca dura, inexpresiva. Cuando el niño comenzaba a impacientarse, un pequeño pájaro posado en una rama cercana, dejó oír su canto, que rodeó la cara de barro, la salpicó de sonidos, e inmediatamente la cara, el cuerpo, los brazos y las piernas se iluminaron y cobraron vida.
Cuando la flamante boca comenzaba a insinuar una sonrisa, un grupo de uniformados, pasó,
pisando y destruyendo al ser que el niño estaba rescatando de la tierra; con la urgencia y la torpeza que no sólo los hace extranjeros del milagro sino también, repetida y fatalmente, su enemigo.
Esa noche, en el momento anterior al sueño, ese momento justo en que la vida toma distancia de los amores pasados y de los que nos esperan; ese momento en que la vida y la muerte juegan un juego que sólo ellos entienden, una voz nacida de ninguna parte, dijo: - “No llores niño, hay millones de niños construyendo hombres nuevos”.

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