Como pasan los años

Como pasan los años
Te estoy mirando

jueves, 25 de septiembre de 2008

historia de amor

Un día vegetal, que no es el mismo día que conocemos, porque las plantas no cierran los ojos durante unas horas para olvidarse del mundo; uno de esos transparentes días en que las rosas sostienen interminables diálogos con el sol, y los malvones solicitan la ayuda del viento para enviar mensajes a las azucenas; un día tan repetidamente mágico que solemos ignorar, nació una enredadera. La recién nacida pensaba que a nadie le importaba. En realidad, el sol atenuaba sus rayos para no lastimarla; el viento, aún en sus frecuentes momentos de mal humor, cuidaba no golpearla; la lluvia caía en los brazos de plantas más grandes para que dieran de beber a la pequeña en la medida conveniente; la enredadera madre acomodaba el espacio necesario para que creciera sana y feliz. Urgida por una insaciable y tenaz curiosidad, la plantita estiraba sus insolentes brotes. Por fin pudo asomarse al borde la maceta y entablar amistad con sus vecinos. Un grupo de abejas, una vieja lombriz que la había acompañado en el vientre materno: la tierra. Las plantas tienen dos madres, la planta que las origina y la tierra que las fecunda. Esto de tener dos madres es uno de los motivos por los cuales las plantas no se dedican a la guerra. La enredadera creció hasta ser una hermosa adolescente. Delgada, elegante, sus múltiples brazos se cubrían de espigas blancas que derivaba en delgadas hojas de un verde sólido y destellante. Su vida se desarrollaba en una casi perfecta armonía. El margen de desorden era el necesario para el asombro. Este fue, cuando apareció un raro forastero. Tal vez arrastrado por solapados vientos o por su propia decisión, un hilo de plástico colgaba del alambrado. Su detonante color dorado con motas blancas y amarillas, fue observado por el vecindario vegetal, con verdadera curiosidad que derivó a una amistosa indiferencia. Para la joven enredadera fue un impacto. Sin motivo, sin explicaciones, se enamoró del extranjero. La planta madre, sus hermanas, sus amigos, le advirtieron de lo insensato del asunto. Inútil. La joven sólo sabia de su amor. Este era inaccesible, indiferente. Lo cual avivaba la pasión de la adolescente. Entonces recibió la comprensión de su otra madre, la tierra, quien le dio el vigor necesario para crecer en dirección al objeto de su amor. Cuando llegó a él, con la complicidad del viento, cada mañana le ofrecía una danza donde palpitaba el dolor del amor no correspondido, la alegría de un ser vivo, las interminables preguntas de quien está creciendo, la ternura de las criaturas limpias, la desvergüenza de quien ama sin reglas ni prejuicios. El hilo de plástico por momentos se dejaba acariciar, a veces la rechazaba airado. A la joven enredadera le bastaba con su amor. Decidida se unió a él. Lo rodeó con sus brazos y fue apretando su cuerpo al dorado cuerpo del extranjero. Ella, palpitante y sedienta; él indiferente. Ella le hablaba de sus amigos, de sus vecinos, de su serena vida familiar. Él, de elementos químicos, maquinarias, laboratorios. Ella soñaba con un universo donde la armonía y la alegría fueran la nota dominante; él tenía la visión de un mundo de plástico. Plástico en lugar de madera, de acero, de papel. Casas de plástico, vehículos de plástico ¿Y porqué no? Algún día... hombres y mujeres de plástico. Como es natural, llegó el momento de las definiciones. El hilo exigió a su enamorada que se desprendiera de sus lazos afectivos y lo siguiera en su camino. Ella estaba dispuesta. Pero, he aquí una vez más la importancia de contar con dos madres. La planta madre entrelazó con firmeza sus brazos en torno al cuerpo de su hija, mientras la madre tierra sujetaba sus raíces. Esto exasperó al hilo. Al hacer un violento esfuerzo por arrastrar a la enredadera, se rasgó el extremo que lo mantenía sujeto al alambre, pudiendo comprobar ella, que él no tenía nada en su interior. Sólo plástico. Frío, insensible plástico...Esto podría merecer una moraleja. A mí lo único que se me ocurrió fue desenredar el hilo y regar a la enredadera.

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