Como pasan los años

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martes, 23 de septiembre de 2008

palomas

La ciudad tenía un corazón. Los hombres, que por lo general no se detienen a entender estas cosas, se ponen siempre los ojos de mirar apurados y les ponen a las cosas nombres como de paso, la llamaron: Plaza. Este corazón llamado plaza, o esta plaza que era un corazón, tenía entre sus habitantes permanentes a las palomas.
No se sabe si, por su antigua condición de niñas, las palomas pueden ver más de cerca el milagro del hombre y por ellos son capaces de volar; o si como pueden volar son capaces de entender y disfrutar del milagro de la vida. Lo cierto es que ellas eran las dueñas del corazón de la ciudad.
Las palomas, desde mucho antes de la presencia del hombre, acostumbran jugar a las visitas. Así es que todos los días llegaban gorriones, horneros, gaviotas, pero las visitas permanentes y de las más divertidas eran las golondrinas. Estas les contaban a las palomas de sus aventuras vagabundeando por el mundo. Las palomas a su vez, contaban a las golondrinas de su vida en la plaza.
Así fue como recordaron cuando llegó el tiempo del terror. La plaza entonces se convirtió en un lugar de paso, de gente triste y temerosa. Hasta la risa de los niños había abandonado la plaza y las palomas vagaban por sus nidos confundidas.
Fue precisamente por ese tiempo, cuando apareció en la plaza una extraña, desconocida especie de palomas blancas. Giraban y giraban alrededor de la plaza. Como si no supieran o no pudieran volar, permanecían posadas sobre las cabezas de mujeres tristes pero no temerosas.
Las palomas de los nidos, curiosas como corresponde por su condición de niñas, observaron que las palomas blancas sobre las cabezas llegaban a la plaza puntualmente los jueves. Su movimiento también era extraño. Sin aleteos y en silencio.
Cuando este silencio llegó a la altura de los nidos, descubrieron que tenía forma y color, aroma y contenido, nombres y apellidos. Este silencio se fue extendiendo hasta cubrir las plazas de la ciudad. Y las plazas del país. Y las del continente. Este silencio llegó a escucharse por todos los rincones del planeta.
Mientras tanto, el pueblo decidió abrigarse con el canto, que es la forma más clara de levantar la voz. Decidió fortalecerse con abrazo fraternal, la forma más segura de pisar el camino. Decidió ponerse los ojos de mirar de cerca, para ver la tristeza y el temor en la cara de su vecino, la pobreza en la casa de su hermano y el odio en las manos del verdugo.
El terror, como todos los cobardes, nunca anda solo. Arrastra con él a sus viejas amantes, la miseria, la injusticia, la ignorancia; como todos los cobardes, no soporta que se lo mire de frente. Por eso, al ver tanto pueblo en movimiento, se retiró espantado.

Las palomas confiaron a las golondrinas, que están pensando proponer a las palomas blancas sobre las cabezas, enseñarles a volar. Para que puedan cruzar mares y caminos a reunir a los habitantes de la desesperanza, para que su pena pueda tomar altura, se convierta en una estrella y nos recuerde en las sombras de la noche, que la luz es posible.
Mientras tanto, hasta que esto suceda, nosotros debemos sembrar semillas de justicia por las heridas de la vida, para que nunca más... las palomas pierdan el vuelo.

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