Como pasan los años

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martes, 23 de septiembre de 2008

Títeres

El poeta tiene una fábrica de sonidos a la altura del corazón por eso canta
Roberto Santoro



Era una sociedad de títeres perfectos. Con un prolijo mundo establecido y vigilado Los ancianos, con grotescas pinturas asomando por encima de otras viejas pinturas y emociones. Algunos recién llegados lucían orgullosos flamantes expresiones; siendo por tanto preferidos por esa vieja costumbre de olvidar a quienes alguna vez nos dieron su ternura.
Todo estaba organizado. Los que debían reír, sin importar sus penas. Los que llevaban un llanto
permanente grabado en sus facciones. Quien manejaba los piolines decidía quienes debían ser buenos (y protegidos) y quienes eran malos (y castigados). Algún día, a golpes de camino, de algún rostro caía una sonrisa. El brillo de unos ojos partía hacia regiones innombrables. Y por esas extrañas ventanas asomaban pedazos de soledad y olvido. Hasta se podría asegurar que se escuchaban confusos clamores y murmullos. Claro que rápidamente uniformadas manos de un titiritero diligente cubrían el vacío para que un gesto reluciente apareciera, y continuara su destinada función de
muñeco manejado por piolines.
Sucedió que una noche, porque estas cosas siempre tienen que suceder de noche, envuelto entre sus hilos y apretado en medio del baúl donde vivían, un pequeño títere descubrió asombrado que su existencia de madera inerte comenzaba a latir... y que pensaba.

Y fue una densa noche donde tomó conciencia de su origen. Del rumoroso bosque, de los pájaros y el sol que alimentaron su esplendorosa juventud de árbol. Del viento amigo que llegaba mensajero de la selva, donde la vida corre tumultuosa. Finalmente su astillada sangre de madera le advirtió que no nació muñec
o. Que cuando árbol, no hubo piolines que manejaran su proyección al cielo.
Quiso escapar entonces. Pero no pudo inmóvil en medio del
baúl, apretado por muñecos que aguardaban que el piolín les ordenara simular la vida. Al llegar el día, descubrió que su piolín eslabonado, quizás gastado por la fuerza de sus sueños, se había cortado.

Y ya no había remedio. Él tenía que contar y cantar. Entonces... ¿Qué iba a hacer? ¿Qué podía aquel árbol renacido?

Floreció su destino. Se imaginó un corazón de música y lo guardó en el pecho. Se imaginó sus antiguas raíces y las convirtió en zapatos. Se imaginó el canto de los pájaros y lo hizo palabra. Se puso de pie sobre sus ansias de levantar la voz y se lanzó por los caminos sin retorno del poeta.
Y fue entonces que los dueños del tablado, aquellos que decidían cuando había que reír o que llorar, que callar o que matar, lo secuestraron.


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