Como pasan los años

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domingo, 21 de septiembre de 2008

La zafra y la ausencia

Con los primeros fríos, llegaban en sus carros los santiagueños. Desde los abuelos hasta los recién nacidos.
Venían a la zafra con todo lo que tenían, y todo cabía en un carro.
Colgados en los costados, ollas, Sartenes, catres. Ropa, cubiertos, platos envueltos en frazadas. Zapallos, mistoles, cabritos, alfarería para vender en le pueblo. palas y machetes para su trabajo. De ahí pude reconocer, pasados los años, la tristeza y el dolor del exilio.
Se instalaban en campos que rodeaban a los cañaverales y levantaban sus ranchos, Preparaban el adobe con los gritos de las madres, las risas y las corridas de los chicos, las guitarras y canciones de los hombres.
Hombres, mujeres y niños iba al surco antes de las primeras luces, a enfrentarse al cañaveral.
Sólo quedaban en las casas, los muy viejos o los demasiado chicos, pero también hacían su parte. Cuidaban a los animales, preparaban la comida, llevaban la vianda al mediodía y a la tarde, para que los peladores no perdieran tiempo.
Los sábados por la noche, los jóvenes iban al baile. Los mayores se juntaban en la confitería, con sus guitarras llenas de coplas y chacareras, el vino jolgoriento y las periódicas peleas.
Camilo reccclamaba que lo confirmaran en el ingenio para casarse con María. Don Ramón, que vio nacer a todos en el pueblo, decía que Camilo era producto de un buen año de zafra. Cimbreante y flaco.
Un penacho rebelde y oscuro, coronaba su figura. Las ganas de vivir se le veían correr por las venas. Sonrisa apenas adivinada en un rostro que reflejaba el color de la tierra. Más que breve en su lenguaje. Pero sonrisa y palabra eran desatadas por la presencia de María. Don Ramón lo interpretaba: - María es un pájaro danzarín, Un duende que atiende en el almacén de Abdala. Los dos habían nacido en el pueblo. De padres que habían nacido en el pueblo y abuelos que era raíces del pueblo. Por eso iba a hacer su hogar ahí mismo, y tendrían hijos como páginas nuevas en la historia de su pueblo. No por nada lo habían elegido delegado en la última asamblea.
No un buen día justamente, al levantarnos, notamos que algo extraño pasaba. Se trataba de Camilo.
Al salir de la escuela buscamos su sonrisa en la plaza, y no estaba. Por la tarde, desde la puerta de la confitería. Escuchamos a los hombres, armar los hechos.
- María lo esperaba a la salida del almacén, y no llegó.
- Lo vi salir del ingenio. Me pareció que lo seguía un auto desconocido
- Don Abdala no lo vio pasar para su casa.
- María lo buscó y nadie sabía nada.
- Tenía un regalo para darle. Era un corazón hecho de azúcar.
- Quedó olvidado en el mostrador del almacén.
En un pueblo no hay rincones donde ocultar una historia. Se supo que un policía, nuevo en el destacamento, había andado haciendo preguntas sobre Camilo. Nosotros éramos un volcán de preguntas. ¿Qué tenía que ver un policía con Camilo? ¿Qué tenía que ver Camilo con la ausencia?
. Don Ramón, Con ojos pacientes y lejanos, mira a María atendiendo en el almacén. – Ella fue siempre un cascabel de risas, ahora es la sombra del silencio-
Las tormentas de verano, suelen ser violentas, descontroladas. A veces se van anunciando con una calma pesada. El aire, la tierra, la gente, los animales, se van cargando de presión, en un parpadeo, el cielo o el infierno se desatan. Fue un sábado a la noche, en el baile. Los zafreros, que ya habían juntado varios vinos en su tristeza, se cruzaron con el policía nuevo. Hubo un empujón y la tormenta de insultos y algún machete enarbolado.. Los gritos llegaron a la confitería. También a la comisaría. Como un tornado envolvió a los mayores. Las mujeres salieron a defender a sus hombres. Todo el pueblo fue una tormenta. Breve en su desarrollo, profunda en sus consecuencias.
Terminó la zafra. El sol del verano y las aguas heladas que bajan de los cerros, no pueden lavar heridas y resentimientos.
Los misterios suceden por la tarde. Cuando el sol de la siesta duerme al hombre, hace bailar hasta las piedras, con una música que produce el viento y que tan sólo los chicos pueden escuchar con un oído oculto que tienen en el pecho.
Quizás por eso, Camilo apareció a la hora de la siesta.
Don Ramón fue el primero en verlo. Con una sola mirada sentenció: -Ya no es un puma morodeando por el campo, ahora que perdió las alas, es sólo una hombre triste.
Pasados los días nos fuimos acostumbrando a verlo aparecer a la hora del crepúsculo, sentarse en un banco de la plaza y dejar caer las horas de cara a la estación.
En un estante del almacén quedó olvidado el corazón de azúcar. Uno de esos días, a la hora de la siesta, se partió en innumerables pedazos.
MI abuelo se llevó uno pequeñito. Todavía lo conserva en el aparador. Últimamente se parece a una lágrima.

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