Como pasan los años

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martes, 23 de septiembre de 2008

la rebelión de los pájaros

“la jaula es la perfección de la trampa, la estilización de la compulsión, la más fina y aguda forma del dolor”
Hamlet Lima Quintana
Comenzó como un hecho intrascendente. Con la normalidad que adquieren las pequeñas infamias, donde se suman la indiferencia de los que no quieren compromisos, los ojos cerrados de los cobardes, el silencio de los tímidos y la complicidad de los ambiciosos. En ese universo hacen su negocio los miserables.
Comenzó con un vendedor de pájaros que se instaló en un rincón de la feria. El vendedor de pájaros es la continuidad del cazador. El cazador es el represor de la naturaleza. Captura pájaros por ser culpables de volar, de dar movimiento al cielo; por el delito de cantar, poner armonía a los silencios; por la irracionalidad de ser bellos y felices sin dañar a nadie.
El cazador hizo la jaula como síntesis perfecta de su visión del mundo. La forma material de la mentira: Se toca el viento, se respiran los espacios, pero no se puede llegar a ellos. Las rejas permiten ver el mundo, pero no ser parte de él. El vendedor de pájaros es quien le pone precio al canto, a la libertad de volar. El carcelero de la ternura.
Todo eso se instaló en un rincón de la feria sin que a nadie le llamara la atención. Mucho peor, poco a poco llegaron compradores, es decir, quienes pagan para ser carceleros. Eligen las jaulas más vistosas para que la mentira luzca hermosa. Por un puñado de alpiste y un poco de agua, exigen que canten, que inunden sus hogares de paz y de dulzura. Cuando un pájaro muere, los carceleros se sienten estafados.
El vendedor de pájaros comenzó a hacer un gran negocio. Cada vez tenía más pedidos. No le alcanzaban las víctimas para vender. Siempre hay oídos para las malas noticias y ésta llegó a otros vendedores de pájaros que fueron ocupando todo lugar disponible en la feria.
Como sucede siempre en “el libre comercio”, se generó una feroz competencia por presentar los más bellos ejemplares, los más exóticos o canoros. Esto produjo una mayor demanda de víctimas y cazadores. Subieron los precios, lo que provocó mayor interés en la caza.
Desde los métodos más perfeccionados hasta la vieja y siempre eficaz trampa de doble jaula. Es una jaula dividida en el medio por rejas que pueden levantarse desde afuera. En la jaula del fondo, un pajarito cautivo. En la jaula de adelante, alimento y agua. El prisionero toma conciencia de su soledad. Todo está al otro lado de los barrotes: la luz, el aire, el aroma de la hierba húmeda de rocío. De este lado, él, que dejó de ser un pájaro para ser un dolor. Entonces canta. Podría ser un llanto mezclado con la niebla de sus días sin espacio. Quizás un poema para volver al mundo.
Los espíritus de los bosques, que habitan en el tronco del árbol más anciano, dicen que sus notas son semillas de ángeles. Siembran porque saben que de su prisión ya no saldrán con vida. Aquellos que conocen su idioma, siempre se negaron (ellos saben por qué) a trasmitir el secreto a los humanos.
A veces aparecen quienes hablan con ellos. Son hombres con ojos de niño y corazón de pájaro, ferozmente perseguidos por otros cazadores. Podrían enseñar a los indefensos como enfrentar y vencer a la trampa. Podrían enseñar al resto de los hombres, las formas y el sentido de la libertad.
Los pájaros, como los niños, son golosos porque saborean cada partícula de vida. Son inocentes porque su vuelo supera a la maldad. Inevitablemente se acercan a la trampa, revolotean alrededor de ella hasta que alguno decide probar el alimento y el agua. Apenas entra, las rejas de entrada caen... hay un nuevo prisionero.
Mientras el cautivo burla a los barrotes con notas transparentes, el engaño teje su siniestra red con hilos pegajosos. Es un mecanismo perversamente simple. Primero se tortura al secuestrado a golpes de recuerdos, por el sencillo método de amontonarle el vuelo, los árboles, la brisa, detrás de los barrotes, para arrancarle el canto que atraiga a sus hermanos.
Luego se utiliza como elementos de la trampa, la bondad de la víctima, su incapacidad de reconocer la mentira. Cuando la trampa no funciona, cuando los seres libres deciden protegerse, el cazador saca a relucir su instinto y mata.
Volviendo a las reacciones producidas por la venta de pájaros, corrió la noticia de la existencia de la feria. Comenzaron a llegar compradores de otros barrios, es decir, aumentó la demanda. Y hubo más cazadores y más vendedores... y más compradores que exigieron más cazadores y más vendedores.
Pronto faltó lugar en la feria. Los vendedores de pájaros desalojaron a viejos puesteros, hasta que toda la feria fue ocupada por pájaros enjaulados y carceleros.
En el mundo de los pájaros cundió la alarma. Ante la feroz persecución desatada, la primera reacción fue alejarse de la zona de peligro. Aprendían que había seres de los cuales era necesario ocultarse. Tomaron conciencia del peligro de cantar en libertad. Ante la menor señal de la presencia del hombre se confundían entre la vegetación o en los recovecos de la piedra, disimulaban su canto, ocultaban sus nidos, escondían sus pichones.
Pero el triste ejemplo de la feria de pájaros fue imitado en otros sectores de la ciudad, hasta que cada barrio tuvo la suya. Todas las mañanas al asomar el sol, se oían tímidos y suaves gorjeos que se iban sumando hasta ser miles, creciendo de tono y de volumen hasta subir al cielo como un salmo universal que parecía surgir desde la tierra misma; una diaria y colosal plegaria de tristeza sacudiendo el corazón de todos los seres vivos, menos el de los habitantes de la ciudad que ya no tenían oídos para la ternura. Este ritual cotidiano, esta canción de dolor, conmovió al fin las raíces del mundo de los pájaros.
Desorientados, iban perdiendo hasta el placer de volar, pensando en sus hermanos presos, hasta que el clamor llegó a la región del cóndor, señor de las alturas.
Colérico, el cóndor convocó de inmediato a todas las especies de aves existentes, a reunirse en la montaña. A quienes intentaron la excusa de no estar preparados para el clima o las alturas, les respondió tajante: -“Quien no tenga el valor, el temple, de afrontar las cumbres, merece ser sometido a la esclavitud”.
Fueron llegando. Allí, donde hasta el aire se acerca con cuidado y de pura enormidad de cielo y tierra, se congela. Donde el árbol no se atreve. Fueron llegando. El albatros, veterano de los mares. Una ráfaga helada anuncia pingüinos, cormoranes. Maternal y a zancadas la cigüeña; la gaviota busca un rincón para descansar de su largo viaje.
Con aire belicoso y muy seguras, todas las clases de águilas hacen espacio a su vocera, el águila real que dice:
-“La cosa es clara. El hombre entiende de violencia. Que entienda entonces. Por cada ave prisionera, ataquemos a un hombre”.
-“¡Es justicia!” - Dice el coro de águilas.
-“¡Hagamos justicia!” Apoyan los halcones.
Se alzan voces agudas, roncas, suaves.
- “¡Qué haya orden!”. Alza su voz el cóndor.

Reflexivo, el viejo búho dice:
-“Que alguien redacte el acta. Que todo quede escrito”.
Socarrón y pendenciero, el tucán opina: -“Que se encarguen las cotorras que tienen experiencia. Escuchan y repiten”.
Como un pequeño copo verde, una cotorra se afirma en sus patitas chuecas: -“Si están todos de acuerdo, nosotras aceptamos”. - Y se aprueba. Llega también la noche a la montaña. La luna quiere estar presente. De pura timidez se cuelga de un afilado pico y aporta con su luz, que es importante. Ninguna estrella se quedó en su casa. Un poco por curiosas (son mujeres), un mucho solidarias (son mujeres).Un aullido atronador como cientos de jaurías, cruza pendientes y quebradas. Dueño de casa, el cóndor dice:
-“Hermano viento, es hora de organizarnos. Ya habrá tiempo de levantar la voz”.
El viento se detiene. Siguen llegando aves. Un numeroso grupo se presenta organizado. Parientes casi todos, Perdices, gallos, pavos, gansos. El pavo real habla por ellos. Despliega su cola, cada pluma son ojos de colores para mirar a todos y que todos lo miren:
-“Nosotros convivimos con los hombres desde hace mucho tiempo. Los hay crueles, inconscientes. Pero también los hay nobles, compañeros. Hay hombres prisioneros de los hombres”.
Un cisne destaca el blanco interrogante de su cuello:
-“Es posible dialogar con ellos. Habrá quienes entiendan la injusticia”.
Un ceremonioso cardenal pregunta:
-“Si eso fuera cierto ¿En qué lenguaje les hablamos? ¿Cuál idioma nuestro es el qué entienden?”
No hay respuesta. Pasan las horas y las voces. Propuestas y rechazos. La luna soñolienta se despide. Agotadas estrellas van cerrando sus ojos. El sol a manotazos hace a un lado a una nube remolona que no le deja ver quien habla. Con el miedo natural del sometido, las gallinas piden la palabra. Cacarean todas juntas para juntar coraje:
-“No hagamos locuras.
–Resistir es imposible.
–Nunca se hizo.
- Con el poderoso no se puede.
- Hay que resignarse”.
La tormenta se desata en la montaña. No es de viento, ni de agua, ni derrumbe. Es todo eso y más que eso. Es la respuesta, el clamor, la indignación del perseguido:-“¡Fuera con los cobardes!.-!Qué los echen!.- ¡Vuelvan al gallinero!.-¡Vayan a entregar sus hijos para que engorde su amo”!
Mientras abajo, muy abajo, duerme el cazador su eterna pesadilla de cacería y muerte, por encima de sus negros sueños la ternura comienza a romper la trampa.

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