Como pasan los años

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domingo, 21 de septiembre de 2008

Monteagudo 452

Monteagudo 452.
Una típica casa de mediados del siglo XX. Una puerta de entrada con zaguán; dos ventanas de mediano tamaño, dando a la calle. Entrando, un pasillo, separando las dos habitaciones delanteras. Luego, a la izquierda, un amplio patio descubierto; a la derecha, dos habitaciones más, luego la cocina, el baño, y un fondo, donde quizás, alguna vez, habría habido una pequeña huerta o un jardín.
Raúl, nacido en Tucumán, apenas empezaba a caminar, cuando sus padres, siguiendo ese destino tan común y tan trágico, en esta América, maltratada, ¿Decidieron? irse a Buenos Aires, escapando de la pobreza.
Allí hizo su vida, permanente forastero. El constante ir y venir de su familia; sus vecinos, emigrantes como sus padres, del territorio de la desocupación y del olvido; no le permitieron olvidarse de su provincia., aunque la conociera sólo por relatos y anécdotas.
Respondiendo a un aviso, por un interesante puesto de trabajo, es citado, examinado, y finalmente comunicado que debía integrarse a las oficinas en Tucumán. Esas bromas de la vida.
Una vez instalado en un pequeño departamento provisto por la empresa, buscó la dirección que le habían indicado. Monteagudo 452. Allí funcionaban las oficinas. La casa había sido refaccionada y remodelada para las necesidades de la empresa. Lucía más elegante, y por supuesto, más moderna.

Al llegar Raúl, a la provincia, lo esperaban en la terminal, los compañeros de la organización revolucionaria en la que militaba desde su adolescencia

En realidad, su incorporación a la empresa, no había sido casual ni fortuito. Un ejecutivo de la misma, simpatizante de la organización, había movido los hilos necesarios. Sus obligaciones eran de rutina, nada complicadas para su experiencia. incluían recorrer el interior, donde funcionaban las sucursales. Lo cual facilitaba su tarea de mantener el contacto con los compañeros que actuaban a lo, largo y ancho de la provincia, y le daban la justificación necesaria, frente a los salvajes controles que había instalado la dictadura militar.
Era previsible, que, no tanto por habilidad de las fuerzas de represión, llamadas, (otra de la ironías de la vida) cuerpos de “inteligencia”, sino por alguna “filtración”, fuera descubierta la conexión entre miembros de la empresa, y la actividad revolucionaria.
El allanamiento se produjo cuando Raúl estaba de recorrida por el interior. Afortunadamente fue avisado a tiempo. Unos días en una casa segura, y luego fue resuelta su salida de la provincia.
La casa fue apropiada por el ejército. Tiempo después, caída la dictadura, se supo que fue utilizada como cárcel clandestina. Nuevamente refaccionada, dejaba asomar el trato criminal, a las personas, y a la misma casa. Esta vez, se mostraba avejentada y triste.
Recuperada, y al no haber herederos que la reclamen, finalmente fue asignada al funcionamiento de los tribunales que debían juzgar a los genocidas, para lo cual, debió ser acondicionada nuevamente. Ahora era una casa orgullosa, austeramente brillante.
Raúl regresó a su provincia, esta vez, con tiempo y tranquilidad, como para buscar y frecuentar a sus numerosos parientes, a quienes, en su mayoría, ni conocía.
Así, un día, en un almuerzo organizado para invitar y conocer a muchos de ellos, se presentó don Luis, un tío suyo, primo hermano de su madre. Quizás el único con vida de su generación.
En la sobremesa surgió el tema, y el tío Luis, le preguntó
-¿Conocés el lugar donde naciste?
-No, mi madre me habló de ello, pero nunca tuvimos la oportunidad de venir juntos, como para que me mostrara.
-Vos naciste aquí cerca. Si tenés ganas, vamos y te muestro el barrio.
Realmente era muy cerca, casi en el centro de la ciudad. El tío Luis le señalaba.
-Aquí vivía una señora que era muy amiga de tu mamá. Quién sabe si vivirá todavía. En esta esquina había un almacén. Donde está este garaje, había un conventillo. Mirá, en esta casa naciste vos, está casi igualita.
Raúl sólo atinaba a mirarla.
Monteagudo 452

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